miércoles, 18 de junio de 2014

Paseos nocturnos





Me levanto a pasear por el llamado "huerto" que hay detrás de la casa. Sin nada de luz en la escalera de piedra, voy pisando cierta clase de bichos que sólo aparecen cuando el sol se ha ido. Los primeros de la lista que me producen gran desazón son los caracoles; cuando los has pisado, sobre todo si son ya adultos bien diferenciados, se convierten en un amasijo de vísceras y pedazos de concha que aún se convulsionan un buen rato; parecido al caracol común está ese otro, alargado y rastrero, negro, de cáscara muy dura, aún peor, que se alimenta de carne y hojas en descomposición, hay tantos que es imposible evitarlos y al pasar sobre ellos, parece que se camine quebrando cristales muy finos, lo mismo que ocurre con la cochinilla de la humedad, un animal sin alma, todo corteza, cobardón, que apenas intuye un peligro cercano se retuerce sobre sí mismo y forma una perfecta bola negra. A todos los vigila, como un faro, un tipo de larva luminiscente, enredada en los matojos, seguramente venenosa, que se creerá algo importante en la escala de los insectos por disponer de esa luz que le hace parecer más despierta que a los demás, aunque su función es exclusivamente la de, mediante ese falso brillo, mantener las distancias con sus depredadores naturales o buscar un amoroso acoplamiento.




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