lunes, 12 de enero de 2015

DE LAS EXIGENCIAS DEL TIEMPO




    En el eficaz desempeño de su labor algún chivato de la policía social debe de haber avisado sobre lo que está sucediendo en esta parte del mundo. Visto y no visto, finalmente tenemos compañía. De un furgón policial, empiezan a salir unos tipos grandes y preparados a colaborar, si es necesario, en el devenir de la más reciente Historia española. Su actitud remolona  y desorientada es síntoma significativo, sin embargo, de las contradicciones sociales que se están viviendo en el país. Mis propias dudas y contradicciones también asomarán enseguida, porque la disyuntiva a la que se enfrenta el grupo está clara: o se asume la responsabilidad de ejecutar el mandato del Partido, tranquilizar a los policías, iniciar una charla distendida con ellos sobre el pluralismo ideológico, o bien se sale corriendo como locos lo antes posible y sin mirar atrás. Opción que, camaradas traidores, escoge la mayoría.
    Hasta ese momento nunca me he tenido por héroe, ni siquiera por persona especialmente valerosa, y si deseo llegar a serlo alguna vez, elijo, desde luego, el peor día para iniciarme en semejante carrera. Quizá por testarudez o porque considero que ésa va a ser mi aportación más clara a la Transición política, decido quedarme allí plantado, como el torero en medio de la plaza, junto con dos camaradas más, Vicente Caramelo y una chica pequeñita y de pelo rizado a la que he visto en alguna reunión.
    La verdad es que no se puede decir que los policías nacionales tengan mucha prisa en acercarse, en realidad parecen verdaderos funcionarios del orden público; se les ve desganados, saltando del camión de uno en uno y arreglándose un poco la ropa de trabajo —la porra, la pistola, el abrigo, el casco protector— como si sus mujeres les tuvieran dicho que no arrugasen el vestuario. No pueden quitarse de encima el aburrimiento del que llega al taller cada mañana para hacer el mismo trabajo todos los días, sabiendo de antemano que su desempeño es poco importante y nadie lo va a valorar demasiado. Es una desidia que también reflejan los más convencidos teóricos del Régimen, una especie de crisis espiritual de gran complejidad. En la mente profesional de un policía esta complejidad se simplifica bastante y se reduce a la disyuntiva siguiente: ante un elemento subversivo, ¿hay que repartir o no hay que repartir?
    Sólo el que comanda el pelotón de escépticos, que debe hacer que se gana el sueldo, se aproxima con dos policías. Es un tipo regordete, lo que le podría dar un aire flemático, a no ser por el color sanguíneo de su cara que desmiente tal pachorra y habla de una persona hipertensa, hecha al carajillo y con ganas de demostrar lo bien que trabajaba antes. Lee la pancarta sin mucho interés y ordena que la retiren con un gesto de la mano. Nos pide los carnés de identidad, como el portero que corta las entradas de un cine, y se los mete, sin mirarlos siquiera, en el bolsillo. Pensamos que ése es el momento oportuno para demostrar lo que se nos ha enseñado. Echamos mano mentalmente del esquema de ideas que llevamos bien aprendido y probamos su resultado. Tal esquema consiste en hacer reflexionar a aquel bruto sobre los siguientes asuntos:

 

1) Que el motivo de nuestra presencia allí es expresar nuestra más respetuosa disconformidad con la detención del ciudadano Santiago Carrillo. Como respuesta, pero sin mucho énfasis, el policía al mando realiza un inoportuno comentario sobre el mencionado líder de la izquierda democrática española. Ello es astutamente usado para aclarar que, sin ánimo de contradecirle, el antedicho líder ha demostrado en discursos y conversaciones privadas su disposición a favorecer el desarrollo pacífico de la democracia naciente.
2) Que la democracia llamada de mierda es la voluntad del pueblo español. Que esta voluntad será el punto de partida de una sociedad que desea un cambio de formas de vida a través de un sistema moderno de partidos.
3) Que, en cualquier caso, ya es sabido, público y notorio que algunos partidos políticos han pedido su inscripción como tales. Aquí conviene aludir a antiguos procuradores del Régimen, convertidos desde la democracia orgánica a la causa del sufragio universal. Otros están a punto de hacerlo, de acuerdo con las bases establecidas por el propio presidente Suárez. Aquí lo más realista es no citar ningún nombre en concreto y dejarlo, simplemente, en “Presidente del Gobierno español”.
4) Que, dadas las anteriores consideraciones y habiendo expuesto todas las circunstancias del caso que nos ha reunido, lo más aconsejable es que tratemos todos de comportarnos como personas civilizadas. Que hagamos una valoración conjunta de la situación a fin de sobrellevarla de la forma más racional y cómoda para todos los allí presentes.

        El oficial de aquel escuadrón, no muy dado a intercambiar pareceres en horas de trabajo, nos pide que permanezcamos allí un momento y se va para el furgón a comprobar los datos de nuestras tarjetas de identidad. Mientras tanto, después de un breve instante de abandono de cada uno a sí mismo, Vicente Caramelo, el más antiguo y experimentado de la partida, nos reúne con una seña y nos da algunas consignas para hacer frente a las circunstancias.

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