AUNQUE hace ya algunas semanas que he
regresado aquí y estoy aquí rodeado del más
absoluto silencio, me resulta extraño y anormal no haber escuchado nunca el
subir o bajar del ascensor. Tampoco me he cruzado con nadie en el patio de
entrada del edificio las veces que he salido a la calle brevemente a tomar un
café o comprar algo en una tienda; ni siquiera cuando, para ampliar mi
perspectiva, he paseado por la terraza, he descubierto sábanas, mantas o ropa
más personal colgando de los cables del tendedero común. Pensándolo
detenidamente, en realidad es muy posible que no viva ya nadie o casi nadie en
estos pisos, en un primer momento debido a que al fallecer los padres o
abuelos, los descendientes hace años que habitarán otros edificios y habrán
formado nuevas familias, cuyos nuevos descendientes probablemente ignoren la
existencia misma de este lugar alejado no sólo en el espacio, sino – lo que es
definitivo- en el abismo del tiempo. Sin embargo, es igualmente posible que al
llegar a cada uno el informe del Ayuntamiento, se haya producido una desbandada
general, llena de malos presagios, bien para hacer oídos sordos al apremio,
bien para ponerse a salvo de una imprevista ruina.
Tampoco puedo despreciar una
eventualidad bastante razonable desde un punto de vista meramente psicológico.
Consistiría ésta simplemente en que por estar yo dedicado en cuerpo y alma a
vigilar y perseguir cualquiera aparición del pasado en forma de recuerdo o cualquier
intromisión del futuro en forma de indecisión y pánico, no haya estado atento a
vigilar y perseguir con idéntica intensidad las incitaciones del presente,
tales como el sonido del ascensor, un niño cantando o la llegada del cartero.
La verdad es que prefiero no llegar a esta conclusión, porque ello significaría
que sin poder apreciarlo, con enorme sutileza, poco a poco estoy siendo
despojado de una realidad (un cierto tipo de realidad, una realidad evidente), que, por otra parte, me
parece detestable y totalmente prescindible a pesar del prestigio que tiene, y
aun más, que estoy siendo literalmente desposeído del conjunto de incitaciones
que forman la madeja de mi realidad.
Esta conclusión no es, desde luego, una simpleza despreciable, pues pudiera venir
de la mano de otra todavía peor, y es que de modo inconsciente se ha ido
apoderando de mí algo (es decir, algo)
que, por expresarlo así, me ha desterrado violenta y conscientemente de la
contemporaneidad, me ha ido sustrayendo poco a poco, atravesando niveles
infinitesimalmente más pequeños, casi imperceptibles y cada vez más a menudo,
de un mundo que ha dejado de pertenecerme. A imitación de ese pensamiento que
sugiere que, de acuerdo con Schopenhauer, el lugar en que vivimos quizá sea ya
el tan temido Infierno cristiano, pudiera haber sucedido que en este mismo
instante esté yo domiciliado en otro
nivel de lo que para entendernos comúnmente, según digo, denominamos
provisionalmente realidad. ¿Es ésta, pues, una realidad hipotética, una
auténtica meta-realidad, en la que yo no soy más que un puro teorema o, con
mayor precisión, una parte minúscula de un gran Teorema en la mente de nadie?
¿Se habrá convertido finalmente esta casa, sin yo mismo haberme dado cuenta, en
un símbolo de algo que PREVALECE sobre mi insignificante historia personal?
No
lo podría decir con certeza.
Eres grande, Miguel. Conviertes esta prosa -de una sencillez extremadamente compleja- en algo absolutamente inteligible. Y controlas aspectos de los mecanismos de la conciencia personal de una manera asombrosa, implacable y magnífica.
ResponderEliminarSerá cierto el probablemente apócrifo chascarrillo sobre los pelos largos y las ideas cortas?
ResponderEliminarMi enigmático amigo, vivo sin vivir en mí-
EliminarPues acércate a mi mesa, compañero, y escribe, escribe, escribe...
EliminarCuántas reflexiones te suscita esa casa y cuántas dudas sobre la realidad, algo tan frágil. Muy interesante e inquietante. Besos,
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Susana, justo y esencial como tus haikus. Ya sabes que esta serie recoge las impresiones que fui apuntando (y luego desarrollé) de un par de meses que viví en la que fue casa de mis padres. La casa, que había estado alquilada, se quedó vacía y huyendo de ciertas catástrofés volví a ella después de mucho tiempo. Supongo que es el prólogo a mi librete memorialístico.
EliminarDilecciones menesterosas al paredón!
ResponderEliminarQuerido amigo, ¿eres tú o soy yo?
EliminarNo estoy segura, maestro, ¿acaso tú eres yo?.
EliminarO dicho en cristiano: ¿Quién de nosotros es quién?
EliminarPocos son entre los hombres los que llegan a la otra orilla, la mayor parte corre de arriba abajo en estas playas. Lo dijo Buda.
ResponderEliminarPocos son entre los hombres los que llegan a la otra orilla, la mayor parte corre de arriba abajo en estas playas. Lo dijo Buda.
ResponderEliminarJavi, se te echó de menos. Anda Dios por ahí?
ResponderEliminar