QUIENES tenían
el piso alquilado eran gentes, aparte de ruines y destempladas, bastante
sucias. Eso explica la aparición de cucarachas, especialmente en la cocina y
sus alrededores. Las cucarachas son un tipo de bichos que a todo el mundo
repugna, quizá por alguna prohibición ancestral o simplemente porque se mueven
siempre, como los gusanos, entre la suciedad y la descomposición. Yo diría que
son más bien animales urbanos, que viven de lo que pueden coger en un descuido
y no tengo la impresión, sin conocer a fondo el tema, de que sean especialmente
gregarios, no al menos en el sentido en que lo son los elefantes, por ejemplo.
Por el modo en que se desplazan y se detienen de pronto, como auscultando el
aire con las feas antenas, los tengo por seres desconfiados, individualistas y
traidores, tipos que viven en colectividad, como mucho por hallar en ello mayor
beneficio para sí, pero que no se respetan ni, por supuesto, se admiran.
Su presencia es
fastidiosa, trato de evitarlas e incluso a menudo hago verdaderos esfuerzos por
pensar que, en realidad, no existen, que, en realidad, todo esto es, como se
dice en las novelas para señoritas, "producto de mi imaginación". Pero lo cierto es que una y otra vez me doy de
bruces con ellas y debo estar alerta para proteger mi intimidad, reducida,
cuando se cruzan en mi camino, a su mínima expresión. Esto me obliga a tenerlo
todo escondido y encerrado y he ido adquiriendo la costumbre de entrar a las
habitaciones echando antes una mirada, de puntillas, como si fuera a asomarme a
un precipicio o rozar una zona de sombra.
He ajustado bien los
grifos, con un cierto temor porque no se rompiese algo, he tapado todos los
desagües de las pilas y del cuarto de baño, he fregado varias veces con lejía
los suelos y rellenado algunas grietas de la alacena.
Al principio me daba un
cierto apuro pisarlas directamente, más que nada por el ruido desagradable de
los caparazones al romperse. Esto ocurrió básicamente con las generaciones mayores;
las de mediana edad que, por lo que he podido deducir, se encuentran en gran
estado de forma, no se permiten en absoluto la más mínima distracción y ensayan
unas caídas libres desde los techos que serían la envidia de un campeón
olímpico. Se diría que su madurez las hace creerse superiores, bien
aleccionadas por la vida, lo que les proporciona una asquerosa sensación de
suficiencia y una reconcentrada malicia que me ponen nerviosísimo. De esa
inteligencia superior es prueba el modo tan descarado en que huyen, dando
vueltas por aquí y por allá, más que atemorizadas, burlándose de mí, y si las
enfrento me realizan quiebros propios de un gimnasta del balompié o de un
torero de fama.
A fin de evitarme posteriores
humillaciones, compré insecticida y cebos de diversas formas y tamaños que se
dejan en los rincones, algunos con aspecto de hongo y otros con aspecto de
vistoso cottage inglés, con su
chimenea, sus cortinitas y todo. Posteriormente he embadurnado las patas de las
sillas y las mesas con un gel bastante repugnante y que huele como a lejía o
semen. Incluso he intentado eliminarlas abandonando por la casa botes de
cristal aceitados con un fondo de miel, de modo que después de introducirse en
ellos, muriesen de sed al no ser capaces de regresar al exterior.
No he tenido nungún
éxito. Hay que reconocer para vergüenza de los tiempos que corren, que las
bajas más numerosas del repugnante ejército las he causado empleando el
primitivo método del zapatillazo. Las zapatillas de ir por casa, las pantuflas,
por usar una suela de goma completamente plana, prácticamente las desintegran o
dejan marcada en la pared apenas una sombra de lo que fueron, un impreciso
recuerdo de sí mismas, como si nunca hubiesen existido.
Debo añadir, sin
embargo, que a pesar de su efectividad y limpieza, inicialmente el método
singular del zapatillazo me resultaba incómodo y grosero, y quizá por la
espectacular violencia con que había de emplearme, carente de estilo y gracia.
No deseo con ello dar a entender de modo sibilino que sea yo persona pacífica y
sosegada, que nunca lo he sido del todo, aunque tampoco he sido un matarife. La
prueba de que mis intenciones eran buenas (descartada, claro, la locura de
intentar convencer a esta multitud de animales con argumentos mínimamente
sensatos) es que he tratado, como se ha visto, de darles una muerte más amable
y, sobre todo, menos dramática, más razonable.
Cuando la frecuencia con
que aparecen las de mediana edad se ha hecho menor, han ido quedando las más
jóvenes, pero con las más jóvenes no ha habido tanto problema. Son seres
desorientados, imberbes, les cuesta tomar una decisión y tienden por naturaleza
al aislacionismo. Quizá para compensar su falta de experiencia, para sentirse
más protegidas, son muchas más que las anteriores pero está clara su extrañeza
cuando enciendo la luz. En ese momento cada una tira para un lado y no
encuentran huecos por donde meterse. Casi pueden oírse los grititos de pánico.
Seguramente porque aún no se conocen de memoria la geografía de las paredes, se
quedan al fin en un rincón, inmóviles, como diciéndose que-sea-lo-que-Dios-quiera.
Es fácil tirarlas al suelo entonces y pisarlas y además tienen la ventaja de
que a éstas apenas se las oye crujir.
Por la noche –si es de
madrugada, mejor- hago una pausa en lo que me ocupe y sorprendo siempre a
cuatro o cinco al dar la luz de la cocina y me faltan pies para acabar con
ellas, antes de que busquen meterse por alguna hendidura. Con las adolescentes
me doy un banquete de sangre y fuego, y aunque no tiene gran mérito
arrinconarlas y destruirlas, siento el placer de la revancha, lanzándome sobre
ellas como un Júpiter tonante. Lamento, sin embargo, que tengan que pagar las
más jóvenes las humillaciones a que me someten sus hermanas mayores.
Si no fuera bastante
repugnante todo lo anterior, con éstas que me han tocado en suerte se da además
el agravante de que son de las que hay en las cafeterías, rubias y poderosas,
de las que se asoman a saludar bajo un plato de ensaladilla y que con total
atrevimiento de un vuelo aparecen y desaparecen de la vista. Según tengo oído alguna vez, quizá en una
cafetería, restaurante o lugar así, esta clase (o subclase) de animales no son
autóctonas de este país, de hecho se conocen popularmente por “americanas”. Lo
que ya no está claro es si al decir “americanas” quien inventó el término se
refería a "norteamericanas", "centroamericanas" o
"sudamericanas". Yo siempre he pensado que se refería a "norteamericanas".
Lo que me desconcierta es que en unas láminas de la Enciclopedia Salvat que
reunió mi padre he visto que semejantes a estas las hay de muy distinto origen.
Algunas son europeas (en concreto, alemanas) y otras orientales, de países que
no sabría identificar en un mapamundi y que, curiosamente, tienen un gran
parecido con las que para mí eran de raigambre española, negras y chaparras.
Aunque sea imposible
saber cuántas de ellas sobreviven, deduzco que entre los tabiques y
especialmente detrás de las láminas de plástico verde que rodean las paredes de
la cocina, debe de haber un universo de animales, organizados según castas,
sexos, edades o prebendas. Lo más efectivo sería sellar con silicona o cemento
los pequeños orificios y dejar que las cucarachas se mueran de hambre, de
aburrimiento o de feroces peleas entre ellas. Hay que aprovechar la ocasión y
someterlas a un sitio prolongado y sin misericordia, pues la convivencia allí
adentro les debe de haber creado nuevos motivos de disgusto, resucitado
antiguas rencillas u originado algunas diferentes, hartas de tropezar unas con otras,
de revolverse en confusa mixtura de patas y antenas que constantemente
intentarán desenredar, de verse la cara, en fin, en un encierro donde nunca
entrará ya la luz.
Sólo con pensar qué encontraré si desmonto los paneles de plástico verde, se me van las ganas de
intentar nada.
Precisa y certera oda a la aparentemente nimia pero invulnerable cucaracha. ¿Y si su camino no fuera pasivamente transitado?. ¿Levantaría Kafka la cabeza?
ResponderEliminarMe he divertido mucho leyendo esta crónica de un mata-bichos, a pesar de que el tema me repugna. Me las pintas con tantos rasgos humanos, que casi las comprendo y compadezco. Besos,
ResponderEliminarLa aparición de las cucarachas sobre la Tierra ronda los 400 millones de años, resistieron la extinción de los dinosaurios y sobreviven a todas y cada una de las brutales catástrofes y atrocidades que viene produciendo por su cuenta la tan exageradamente venerada y sobrevalorada, en la actualidad, Madre Naturaleza.
EliminarProsigo: Su cerebro, estratégicamente colocado cerca del estómago, posee propiedades altamente antisépticas y antibióticas capaces de frenar muchas enfermedades.
Sólo un escasísimo número de cucarachas habita en edificios y casas. Jardines, montes y bosques son su hábitat preferido. Allí se concentran miles, cientos de miles, cientos de millones, de billones y de cuatrillones de ellas.
Son, ni más ni menos, las grandes estrellas del escapismo y la supervivencia.
Conviven con los seres humanos hasta identificarse con ellos ¿O es al revés?
EliminarSOLO PARA EXQUISITOS.
ResponderEliminarCaracterística común de setas y cucarachas: Ambas se desarrollan sobre detritus y se alimentan de materias orgánicas en descomposición. Casi nada.
Undeniable: All that glitters is not gold.
EliminarEfectivamente, esa es la idea. Gracias.
EliminarTu etopeya, Señor Mas, vuelve a dejarme con las cejas circunflejas.
ResponderEliminarNunca hubiera pensado que este juguete didáctico pudiese dar lugar a tantos comentarios. Muchas gracias.
EliminarFantástica perspectiva de Columbus Circle. Lástima que Norteamérica no naciera para ser amada. ¡Viva Durruti!
ResponderEliminar¡Que viva!
EliminarAún a riesgo de caer en la casi siempre inelegante y áspera explicitud, vaya aquí, como testimonio de mi admiración, un escueto pensamiento surgido tras leer, traducir y compartir uno de sus libros en tierra de infieles.
ResponderEliminarMIGUEL MAS: Vuela más allá de los hexámetros transgrediendo muchos de los preceptos literarios que a la sazón parecían inquebrantables. (Agosto 2.015)
Gracias, anónimo amigo, muchas gracias por tus elogios. No puedo dejar de preguntarme a qué aludes con "tierra de infieles", sobre todo cuando mi personal territorio de infieles empieza donde acaba la visión miope del yo que aparece en mis obras.
EliminarRepugnante, lo que se dice repugnante, a mí me parece la Navidad. Pero no las cucarachas. Con perdón.
ResponderEliminarTambién las cucarachas creen en Dios. ¿En quién cree Dios? Supongo que a estas alturas ni siquiera se reconocerá cuando se mire en un espejo.
EliminarResultaría inútil discutir sobre gustos, pero a pesar de este texto tan desafiante, por cada palabra que escribes yo leo tres.
ResponderEliminarEse es justamente mi propósito y esa ha sido mi intención literaria en la mayor parte de poemas y cosillas que he ido escribiendo. El resto...
Eliminar"Jo vaig ser alumne del Colegio San Pedro Pascual de Valencia".
ResponderEliminar(EDUARD F. GISBERT I SAMPEDRO, Levante-EMV, 11.05.2014).
I jo també.
Querido y lejanísimo Eduard, sentados al amor de los lapiceros y las gomas de borrar, comiendo queso naranja y bebiendo leche en polvo con mucha, muchísima espuma, lo mejor que presumiblemente aprendí durante mi estancia en la escuela de Dña.Teresita, aparece estampado de mi puño y letra en la contratapa de una libretilla: "Los niños son unas niñas muy raras".
ResponderEliminarAcierto clamoroso.
Esto empieza a ser interesante. De pronto aparecen personajes de la novela de mi vida. Me siento casi como Miguel de Unamuno.¿O sois vosotros, amables amigos, los que me estáis escribiendo? Muy bueno el pensamiento de la libretilla. Ahí había un escritor (¿escritora?) en ciernes.
EliminarLA ARDILLA
ResponderEliminarLa ardilla corre,
la ardilla vuela,
la ardilla salta
como locuela.
-Mamá, ¿la ardilla
no va a la escuela?
Ven, ardillita,
tengo una jaula
que es muy bonita.
-No, yo prefiero
mi tronco de árbol
y mi agujero.
Amado Nervo
Yo me perdí a doña Teresita -por lo que veo y ya sabía- una auténtica leyenda, y en su lugar me tocó un anciano maestro de un colegio público. Sólo recuerdo de él que a la hora del recreo, con el pretexto de pasar revista a mi bocadillo, tenía la gracia de sustraerme algún que otro trocito de prueba.
ResponderEliminarRecuerdo casi perfectamente al Padre Pericás, al Padre José, al Padre Pedro y al Padre Antonio. También a otros posteriores como el Padre Iriarte y el Padre Gregorio. Y a muchos de vuestros profesores del Colegio. A muchos más.
ResponderEliminarQuedas bautizado como pascualìn e invitado a nuestra logia. Tú decides.
EliminarPropuesta recibida y calurosamente acogida a pesar de tener que declinarla por imposibilidad manifiesta de hacerse efectiva.
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