miércoles, 30 de septiembre de 2015

GUÍA PARA EL CONTROL DE CUCARACHAS, I



        QUIENES tenían el piso alquilado eran gentes, aparte de ruines y destempladas, bastante sucias. Eso explica la aparición de cucarachas, especialmente en la cocina y sus alrededores. Las cucarachas son un tipo de bichos que a todo el mundo repugna, quizá por alguna prohibición ancestral o simplemente porque se mueven siempre, como los gusanos, entre la suciedad y la descomposición. Yo diría que son más bien animales urbanos, que viven de lo que pueden coger en un descuido y no tengo la impresión, sin conocer a fondo el tema, de que sean especialmente gregarios, no al menos en el sentido en que lo son los elefantes, por ejemplo. Por el modo en que se desplazan y se detienen de pronto, como auscultando el aire con las feas antenas, los tengo por seres desconfiados, individualistas y traidores, tipos que viven en colectividad, como mucho por hallar en ello mayor beneficio para sí, pero que no se respetan ni, por supuesto, se admiran.
Su presencia es fastidiosa, trato de evitarlas e incluso a menudo hago verdaderos esfuerzos por pensar que, en realidad, no existen, que, en realidad, todo esto es, como se dice en las novelas para señoritas, "producto de mi imaginación".  Pero lo cierto es que una y otra vez me doy de bruces con ellas y debo estar alerta para proteger mi intimidad, reducida, cuando se cruzan en mi camino, a su mínima expresión. Esto me obliga a tenerlo todo escondido y encerrado y he ido adquiriendo la costumbre de entrar a las habitaciones echando antes una mirada, de puntillas, como si fuera a asomarme a un precipicio o rozar una zona de sombra.
He ajustado bien los grifos, con un cierto temor porque no se rompiese algo, he tapado todos los desagües de las pilas y del cuarto de baño, he fregado varias veces con lejía los suelos y rellenado algunas grietas de la alacena.
Al principio me daba un cierto apuro pisarlas directamente, más que nada por el ruido desagradable de los caparazones al romperse. Esto ocurrió básicamente con las generaciones mayores; las de mediana edad que, por lo que he podido deducir, se encuentran en gran estado de forma, no se permiten en absoluto la más mínima distracción y ensayan unas caídas libres desde los techos que serían la envidia de un campeón olímpico. Se diría que su madurez las hace creerse superiores, bien aleccionadas por la vida, lo que les proporciona una asquerosa sensación de suficiencia y una reconcentrada malicia que me ponen nerviosísimo. De esa inteligencia superior es prueba el modo tan descarado en que huyen, dando vueltas por aquí y por allá, más que atemorizadas, burlándose de mí, y si las enfrento me realizan quiebros propios de un gimnasta del balompié o de un torero de fama.
A fin de evitarme posteriores humillaciones, compré insecticida y cebos de diversas formas y tamaños que se dejan en los rincones, algunos con aspecto de hongo y otros con aspecto de vistoso cottage inglés, con su chimenea, sus cortinitas y todo. Posteriormente he embadurnado las patas de las sillas y las mesas con un gel bastante repugnante y que huele como a lejía o semen. Incluso he intentado eliminarlas abandonando por la casa botes de cristal aceitados con un fondo de miel, de modo que después de introducirse en ellos, muriesen de sed al no ser capaces de regresar al exterior.
No he tenido nungún éxito. Hay que reconocer para vergüenza de los tiempos que corren, que las bajas más numerosas del repugnante ejército las he causado empleando el primitivo método del zapatillazo. Las zapatillas de ir por casa, las pantuflas, por usar una suela de goma completamente plana, prácticamente las desintegran o dejan marcada en la pared apenas una sombra de lo que fueron, un impreciso recuerdo de sí mismas, como si nunca hubiesen existido.
Debo añadir, sin embargo, que a pesar de su efectividad y limpieza, inicialmente el método singular del zapatillazo me resultaba incómodo y grosero, y quizá por la espectacular violencia con que había de emplearme, carente de estilo y gracia. No deseo con ello dar a entender de modo sibilino que sea yo persona pacífica y sosegada, que nunca lo he sido del todo, aunque tampoco he sido un matarife. La prueba de que mis intenciones eran buenas (descartada, claro, la locura de intentar convencer a esta multitud de animales con argumentos mínimamente sensatos) es que he tratado, como se ha visto, de darles una muerte más amable y, sobre todo, menos dramática, más razonable.
Cuando la frecuencia con que aparecen las de mediana edad se ha hecho menor, han ido quedando las más jóvenes, pero con las más jóvenes no ha habido tanto problema. Son seres desorientados, imberbes, les cuesta tomar una decisión y tienden por naturaleza al aislacionismo. Quizá para compensar su falta de experiencia, para sentirse más protegidas, son muchas más que las anteriores pero está clara su extrañeza cuando enciendo la luz. En ese momento cada una tira para un lado y no encuentran huecos por donde meterse. Casi pueden oírse los grititos de pánico. Seguramente porque aún no se conocen de memoria la geografía de las paredes, se quedan al fin en un rincón, inmóviles, como diciéndose que-sea-lo-que-Dios-quiera. Es fácil tirarlas al suelo entonces y pisarlas y además tienen la ventaja de que a éstas apenas se las oye crujir.
Por la noche –si es de madrugada, mejor- hago una pausa en lo que me ocupe y sorprendo siempre a cuatro o cinco al dar la luz de la cocina y me faltan pies para acabar con ellas, antes de que busquen meterse por alguna hendidura. Con las adolescentes me doy un banquete de sangre y fuego, y aunque no tiene gran mérito arrinconarlas y destruirlas, siento el placer de la revancha, lanzándome sobre ellas como un Júpiter tonante. Lamento, sin embargo, que tengan que pagar las más jóvenes las humillaciones a que me someten sus hermanas mayores.
Si no fuera bastante repugnante todo lo anterior, con éstas que me han tocado en suerte se da además el agravante de que son de las que hay en las cafeterías, rubias y poderosas, de las que se asoman a saludar bajo un plato de ensaladilla y que con total atrevimiento de un vuelo aparecen y desaparecen de la vista.  Según tengo oído alguna vez, quizá en una cafetería, restaurante o lugar así, esta clase (o subclase) de animales no son autóctonas de este país, de hecho se conocen popularmente por “americanas”. Lo que ya no está claro es si al decir “americanas” quien inventó el término se refería a "norteamericanas", "centroamericanas" o "sudamericanas". Yo siempre he pensado que se refería a "norteamericanas". Lo que me desconcierta es que en unas láminas de la Enciclopedia Salvat que reunió mi padre he visto que semejantes a estas las hay de muy distinto origen. Algunas son europeas (en concreto, alemanas) y otras orientales, de países que no sabría identificar en un mapamundi y que, curiosamente, tienen un gran parecido con las que para mí eran de raigambre española, negras y chaparras.
Aunque sea imposible saber cuántas de ellas sobreviven, deduzco que entre los tabiques y especialmente detrás de las láminas de plástico verde que rodean las paredes de la cocina, debe de haber un universo de animales, organizados según castas, sexos, edades o prebendas. Lo más efectivo sería sellar con silicona o cemento los pequeños orificios y dejar que las cucarachas se mueran de hambre, de aburrimiento o de feroces peleas entre ellas. Hay que aprovechar la ocasión y someterlas a un sitio prolongado y sin misericordia, pues la convivencia allí adentro les debe de haber creado nuevos motivos de disgusto, resucitado antiguas rencillas u originado algunas diferentes, hartas de tropezar unas con otras, de revolverse en confusa mixtura de patas y antenas que constantemente intentarán desenredar, de verse la cara, en fin, en un encierro donde nunca entrará ya la luz.
Sólo con pensar qué encontraré si desmonto los paneles de plástico verde, se me van las ganas de intentar nada.

25 comentarios:

  1. Precisa y certera oda a la aparentemente nimia pero invulnerable cucaracha. ¿Y si su camino no fuera pasivamente transitado?. ¿Levantaría Kafka la cabeza?

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  2. Me he divertido mucho leyendo esta crónica de un mata-bichos, a pesar de que el tema me repugna. Me las pintas con tantos rasgos humanos, que casi las comprendo y compadezco. Besos,

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    1. La aparición de las cucarachas sobre la Tierra ronda los 400 millones de años, resistieron la extinción de los dinosaurios y sobreviven a todas y cada una de las brutales catástrofes y atrocidades que viene produciendo por su cuenta la tan exageradamente venerada y sobrevalorada, en la actualidad, Madre Naturaleza.

      Prosigo: Su cerebro, estratégicamente colocado cerca del estómago, posee propiedades altamente antisépticas y antibióticas capaces de frenar muchas enfermedades.

      Sólo un escasísimo número de cucarachas habita en edificios y casas. Jardines, montes y bosques son su hábitat preferido. Allí se concentran miles, cientos de miles, cientos de millones, de billones y de cuatrillones de ellas.

      Son, ni más ni menos, las grandes estrellas del escapismo y la supervivencia.

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    2. Conviven con los seres humanos hasta identificarse con ellos ¿O es al revés?

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  3. SOLO PARA EXQUISITOS.
    Característica común de setas y cucarachas: Ambas se desarrollan sobre detritus y se alimentan de materias orgánicas en descomposición. Casi nada.

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  4. Tu etopeya, Señor Mas, vuelve a dejarme con las cejas circunflejas.

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    1. Nunca hubiera pensado que este juguete didáctico pudiese dar lugar a tantos comentarios. Muchas gracias.

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  5. Fantástica perspectiva de Columbus Circle. Lástima que Norteamérica no naciera para ser amada. ¡Viva Durruti!

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  6. Aún a riesgo de caer en la casi siempre inelegante y áspera explicitud, vaya aquí, como testimonio de mi admiración, un escueto pensamiento surgido tras leer, traducir y compartir uno de sus libros en tierra de infieles.

    MIGUEL MAS: Vuela más allá de los hexámetros transgrediendo muchos de los preceptos literarios que a la sazón parecían inquebrantables. (Agosto 2.015)

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    1. Gracias, anónimo amigo, muchas gracias por tus elogios. No puedo dejar de preguntarme a qué aludes con "tierra de infieles", sobre todo cuando mi personal territorio de infieles empieza donde acaba la visión miope del yo que aparece en mis obras.

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  7. Repugnante, lo que se dice repugnante, a mí me parece la Navidad. Pero no las cucarachas. Con perdón.

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    1. También las cucarachas creen en Dios. ¿En quién cree Dios? Supongo que a estas alturas ni siquiera se reconocerá cuando se mire en un espejo.

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  8. Al grano, como Goytisolo.14 de octubre de 2015, 20:20

    Resultaría inútil discutir sobre gustos, pero a pesar de este texto tan desafiante, por cada palabra que escribes yo leo tres.

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    1. Ese es justamente mi propósito y esa ha sido mi intención literaria en la mayor parte de poemas y cosillas que he ido escribiendo. El resto...

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  9. "Jo vaig ser alumne del Colegio San Pedro Pascual de Valencia".
    (EDUARD F. GISBERT I SAMPEDRO, Levante-EMV, 11.05.2014).

    I jo també.

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  10. La venganza de Ana Bolena.20 de octubre de 2015, 12:21

    Querido y lejanísimo Eduard, sentados al amor de los lapiceros y las gomas de borrar, comiendo queso naranja y bebiendo leche en polvo con mucha, muchísima espuma, lo mejor que presumiblemente aprendí durante mi estancia en la escuela de Dña.Teresita, aparece estampado de mi puño y letra en la contratapa de una libretilla: "Los niños son unas niñas muy raras".
    Acierto clamoroso.


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    1. Esto empieza a ser interesante. De pronto aparecen personajes de la novela de mi vida. Me siento casi como Miguel de Unamuno.¿O sois vosotros, amables amigos, los que me estáis escribiendo? Muy bueno el pensamiento de la libretilla. Ahí había un escritor (¿escritora?) en ciernes.

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  11. También esto, querido Eduard, aprendimos con Dña.Teresita26 de octubre de 2015, 18:44

    LA ARDILLA

    La ardilla corre,

    la ardilla vuela,

    la ardilla salta

    como locuela.



    -Mamá, ¿la ardilla

    no va a la escuela?

    Ven, ardillita,

    tengo una jaula

    que es muy bonita.



    -No, yo prefiero

    mi tronco de árbol

    y mi agujero.

    Amado Nervo

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  12. Yo me perdí a doña Teresita -por lo que veo y ya sabía- una auténtica leyenda, y en su lugar me tocó un anciano maestro de un colegio público. Sólo recuerdo de él que a la hora del recreo, con el pretexto de pasar revista a mi bocadillo, tenía la gracia de sustraerme algún que otro trocito de prueba.

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  13. Recuerdo casi perfectamente al Padre Pericás, al Padre José, al Padre Pedro y al Padre Antonio. También a otros posteriores como el Padre Iriarte y el Padre Gregorio. Y a muchos de vuestros profesores del Colegio. A muchos más.

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    1. Quedas bautizado como pascualìn e invitado a nuestra logia. Tú decides.

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    2. Propuesta recibida y calurosamente acogida a pesar de tener que declinarla por imposibilidad manifiesta de hacerse efectiva.

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