EL HOMBRE DEL BALCÓN
Para José Luis Falcó
Está lejos y recuerda a una sombra
por su aspecto de ser insustancial,
solamente aparece si se mueve
detrás del entoldado que lo oculta
entre macetas y sillas de plástico
quizá descoloridas por el sol,
impregnadas de blanca eternidad.
Amparado en la hamaca todo el día,
el hombre sólo apunta hacia sí mismo
como si estuviera siempre de más,
mientras a un lado y otro de la acera
pasan nuevas sombras, chilla el azul
del cielo cuarteado en las terrazas
o un golpe de geranios sobre él
quisiera desangrar el aire entero.
El hombre no se mueve aunque está alerta:
quizá la inmovilidad es el modo
de no quedarse contenido en nada.
Lo sé porque no deja de mirarme
como yo atiendo a cada gesto suyo
para intentar poner límite estable
tanto a él como a mi estar dudoso.
A la distancia en que los dos estamos
la misma lejanía nos acerca
al tiempo que también nos difumina:
lo miro, y al mirarlo, lo despojo
y momentáneamente le doy vida;
mira, y yo no soy sino su imagen,
la imagen que habrá compuesto de mi
ideándome siempre a su capricho
con fragmentos de luz que me den forma
a la vez que sus ojos me desviven.
Desde el lugar en que estoy y no estoy,
he de ser solamente para él
una irresoluble hipótesis de alguien,
una composición por definir
sin más duración ni otra realidad
que la misma mirada que nos une
al sueño de la mañana de mayo.
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